Saturday, August 26, 2006

Ella Y La Pluma.


Atardece.
Es una tarde como tantas otras.Un cielo plomizo se avergüenza de su propia miseria.
La mirada entonces desciende y se posa sobre el jardín estropeado, víctima todavía del invierno que aún no ha pasado, húmedo, roto, como un campo de batalla. Son luego, las macetas sobre la repisa junto a la ventana, su único punto de mira: una palmera anciana, tres rosas silvestres, un manojo de tomillo rebelde y un par de geranios presumidos mirando la calle, que han soportado el invierno sin queja, más bien por la calefacción que, por los cuidados y el afecto.
El enfoque de su vista cada día se va acortando más y más.
Su mano acaricia la campestre superficie de la mesa donde antaño, escribía sus poesías, hosca y rajada, guarida de la carcoma, más vieja que la guerra. Por último, sus ojos se detienen en sus manos, suaves y delgadas, que aún disimulan la madurez de las arrugas.
Hoy no es su día y parece que las musas, la han abandonado, cuando se fija en la pluma que sostiene con cariño entre sus dedos, vieja y descolorida. Sonríe silenciosa mientras con un ligero movimiento sacude la cabeza y comienza a escribir, satisfecha...
Compró la pluma recién llegada a la imprenta, apenas había cumplido diecisiete años. Fue en una calle sin salida, detrás de la vieja estación de tren. La adquirió con la primera paga que recibía de su padre, y aunque no era muy cara, se encariñó con ella. Era una de esas plumas diseñadas para deleitarse escribiendo. Cómo disfrutaba plasmando palabras sin dejar por fin esas trazasde tinta que tanto la habían amargado durante su vida escolar, ganándose la ira de los profesores. Cuántos cardenales y palos había sufrido su mano tozuda en el colegio, a manos de algunos energúmenos que se empeñaban en redimirla; en acabar con ese don, con la tara que la naturaleza y el destino la habían otorgado. Pero no, no lo consiguieron...
La pluma se convirtió en una íntima amiga, imprescindible espejo de su ánimo. Plasmó con ella sus primeros escritos, sus primeras vivencias, sus primeros poemas. Ella, anotó esos comienzos de amores inocentes que se prometían eternos y no eran más ... que fugaces. Y aún así, a pesar de todo, ella y su pluma, fueron felices.
Con los veinte comenzaron los problemas. Se amontonaron las derrotas, y no breves, sino intensas y frecuentes. Se le olvidó el soñar, el escribir, e incluso, olvidó ... su pluma. Las tragedias no se hicieron esperar: la primera, cuando su salud empezó a fallar,con ojos vivarachos y alegres. A duras penas pudo rescatar su vida llena de cicatrices.
La pluma sobrevivió al atentado.
A los cuarenta, cuando ya nada le asustaba y estaba acostumbrada a la rutina, resucitaron sus ganas de escribir y con ellas, resucitó su pluma. Sucedió que un día había vencido su pereza y pasaba la aspiradora detrás del armario pequeño que decoraba la entrada, cuando la encontró. Abrazó entre sus dedos a ése Lázaro de plástico, ya envejecida por el tiempo, para cargarla con sangre fresca, hasta que volvió a funcionar de nuevo; como ahora, como en este instante: cuando las sombras se alargan y dan paso a la noche.
El sueño la vence. Mientras deja de escribir y coloca la pluma en el vaso, piensa que no importa que, con el paso de lo años, aumenten los recuerdos, aunque sean dolorosos. Aún cuando sean heridas profundas que se abren de improviso, cuando menos se espera, susurrando remordimientos en los silencios que la devuelven al pasado.
Y sin embargo, ambas han sabido resistir a los golpes de la vida, que cada día les hace más viejas, más gastadas; pero también más humanas y más eternas; porque han aprendido... a aceptar su destino.
Lo cierto, es que todavía siguen vivas, las dos, tanto ella como su pluma; con ilusión, con esperanza para poder expresar sobre un trozo de papel, azul sobre el blanco, las alegrías y las penas que aún quedan por llegar.

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